Dejemos las cosas claras: soy, por encima de todo, soy culturista. Jamás he jugado al tenis. Bueno, una vez, pero no creo que cuente. El partido tuvo lugar en circunstancias un tanto extrañas. Se disputó a medianoche en un estadio deportivo vacío de Munich. Mi oponente era un abogado italiano residente en Alemania al que no conocía y al que horrorizó mi manera de jugar.
Me había criado jugando al béisbol en Nueva York, así que, por instinto, pegaba con todas mis fuerzas cualquier pequeño objeto blanco que viera volar en mi dirección El abogado saco, y la pelota vino hacia mí en línea recta, justo por encima de la red. Inconscientemente, adopte la posición de un bateador y balanceé la raqueta esperando a que la pelota pasara a la altura del hombro para golpearla. La fuerza del impacto la devolvió describiendo un amplio arco hacia la penumbra de la bóveda de la pista. Mi adversario observó en silencio y consternado la triunfal puesta en órbita, a la que siguió el sonido del rebote, como el de una pelota de ping-pong enloquecida, entre las vigas de acero que cruzaban a 20 metros de nuestras cabezas. Cogió su toalla y se marchó, poniendo fin así a mi primera y última experiencia con la raqueta. '"Bueno", suspiré, "al menos no tendré codo de tenista". Siempre había pensado que, del gran panteón de lesiones deportivas, a mí me tocaría, en todo caso, un desgarro del pectoral, que sobrevendría en una serie brutal de fondos con peso. O puede que la rotura de un par de tendones de las rodillas, gentileza de una sentadilla pesada en la jaula de potencia, con un chasquido que paralizaría las conversaciones y la actividad del gimnasio. Imaginaba un silencio respetuoso por otro gran guerrero caído en las trincheras de los hierros. Ya sabéis: las lesiones se producen durante la ejecución de actos peligrosos. Así que figuraos mi disgusto cuando me diagnosticaron el maldito "codo de tenista". Lo peor no es la inflamación o el dolor, sino la vergüenza. Y no esperéis encontrar comprensión. Mencionar su nombre a los compañeros de entrenamiento provoca reacciones como: "¿Codo de tenista? ¿Quieres un poquito de Bálsamo Bebé?". |
Se pasa un verdadero calvario. Levantar cualquier objeto con la palma de la mano hacia abajo me producía un dolor lacerante que me recorría todo el antebrazo. Y. más violento aún, la fuerza del brazo afectado se redujo un 95%, y no había fracturas óseas ni escandalosos charcos de sangre en el gimnasio que justificaran mi debilidad. Lo exasperante es que el codo de tenista sana con lentitud; no tanto como un fémur roto, pero casi. Psicológicamente, podía aceptar un reposo 12 semanas para recuperarme de una lesión importante, pero no para un codo. Quise volver al gimnasio y pasar el periodo de recuperación sin saltarme un solo entrenamiento.
Tenía una solución: un par de ganchos de acero que se sujetan a las muñecas mediante una tira de velero. Ese accesorio eliminaba la presión del antebrazo cuando levantaba peso con el brazo dañado, pero los movimientos de tracción resultaban muy complicados. El remo alto, con pesos libres o en polea, uno de mis ejercicios preferidos, era un imposible. Suprimí los movimientos que me causaban más dolor y seguí usando los ganchos, que me dieron bastante buen resultado. Sin embargo, la rehabilitación era eterna.
RECUPERACIÓN
El problema está en los tendones del codo. Les llega tan poca sangre que, por mucho que uno haga, se regeneran a paso de tortuga. Sí, probé a vendarme el antebrazo, pero el dolor persistía, y, encima, la compresión obstaculizaba la circulación. Sustituí las vendas por el hielo: me aliviaba un poco, pero no obraba milagros.
Epícondilitis humeral es la denominación médica del codo de tenista, y es lo que os aconsejo que digáis cuando os pregunten en el gimnasio. Infunde respeto. Este trastorno lo padece el 45% de las personas que juegan al tenis a diario y un tercio de las que lo practican tres o cuatro veces a la semana. No he visto datos sobre quienes no cogen una raqueta y lo sufren como consecuencia del remo alto pesado.
TRATAMIENTO
Aparte del hierro y los vendajes, existen otros tratamientos. La eficacia varía, naturalmente. En una encuesta, se preguntó a los afectados qué método les resultaba de más ayuda. Los resultados fueron los siguientes: ultrasonidos (52%), terapia fría (62%), inyecciones de butazolidina (71%). tratamiento por calor (74%), inyecciones de cortisona o esteroides (75%). descanso (83%), aspirina (84%), fijación ortopédica (84%), ejercicios de estiramiento y fortalecimiento (89%), cambio del golpe en el tenis (100%).
Una vez que las radiografías hayan descartado la presencia de astillas o tumores óseos, el descanso es la mejor medicina. Hablamos de un periodo de varias semanas: puede que de un mes o dos.
En cuanto a la lentitud de la recuperación, el doctor William Southmayd, afamado cirujano ortopédico, señala: "Los músculos del antebrazo están unidos a lo que la mayoría de los médicos llama tendón. Sin embargo, se trata de un origen muscular. Los tendones se deslizan. Tienen vaina y están bañados por líquido sinovial, que los nutre y lubrica. Los orígenes de los músculos de los antebrazos no poseen esas características".
Y la cosa se pone peor, porque la circulación sanguínea es prácticamente inexistente en esta zona crítica. Southmayd prosigue: "En ciertos casos, he operado el origen muscular. Es como cortar un tejido seco. Se trata de la estructura peor regada del organismo. La incisión sólo produce una gota de sangre, y la falta de riego ralentiza la recuperación en caso de esguince o rotura".
La cirugía es el último recurso. Hace algunos años, un médico dio con un remedio que, aunque algo salvaje, hacía maravillas. El doctor Otto E. Aufranc, decano de los cirujanos ortopédicos de Boston, pensó que, puesto que el desgarro o las lesiones del músculo y el tendón del antebrazo conducen a su doloroso acortamiento, había que alargar el músculo. Este proceso podía realizarse quirúrgicamente, pero si las mesas de operaciones no eran de tu agrado, te llevaba al sótano de su edificio y te colgaba por las manos de una cañería hasta que no soportaras el dolor un segundo más. Un tratamiento digno de Xena, la Princesa Guerrera.
Funcionaba porque el peso corporal tiraba de los antebrazos y causaba una leve distensión (es decir, un alargamiento) del origen muscular, con la consiguiente reducción de la tensión y del dolor. La cortisona y la cirugía surten el mismo efecto, pero debe de producir una gran satisfacción curarse uno solo apretando los dientes y colgándose de una rama, para volver acto seguido a la batalla.
Con independencia de cuáles sean vuestras preferencias terapéuticas, necesitáis el diagnóstico de un médico. Seguramente, os recomendará una alternativa menos dolorosa, aunque siempre podéis decir a vuestros amigos que lo habéis solucionado colgándoos de una tubería del sótano.
Un amigo mío asegura que se lo curó cargando una motora en un remolque y pidiendo a su mujer que se pusiera al volante y lo pasara por el brazo varias veces. Muestra una marca de neumático en el antebrazo como "prueba". Su esposa dice que se tomó cuatro semanas de descanso.