La última historia sobre dietas, es la referida por uno de los más grandes culturistas del mundo, que entrenaba para la mayor competición de su vida. A medida que se aproximaba el día histórico, una noche se despertó por causa de su paupérrima dieta de 1.000 calorías, obsesionado con el pensamiento de los helados que había visto en una tienda del otro lado de la ciudad. Perdiendo por completo el control, se levantó de la cama, se puso la ropa, subió al coche y salió corriendo hacia el palacio de los helados. Al llegar allí, recobró el juicio, miró con codicia las diversas especialidades, y se volvió a su casa.
Las comidas nocturnas pueden arruinar nuestra definición. Durante el día, cuando estamos activos, quemamos más deprisa y completamente las calorías. Por la noche, cuando nuestra conducta es más sedentaria, las calorías se queman con más lentitud, dejando gran parte de ellas sujetas al destino de convertirse en parte de nuestros depósitos de grasa corporal.
Aparte de hacer que ganemos peso, las comidas nocturnas pueden ser síntoma de otros problemas, como ansiedad o auténticas deficiencias nutritivas. Durante el sueño, las defensas psicológicas bajan y nos dejan a merced de la ansiedad, que puede llegar a despertarnos. O quizá, no hemos comido suficientes carbohidratos durante el día, lo que hace que suene nuestro timbre interno.
La ciencia de la nutrición ha identificado tres tipos de comedores nocturnos, todos con conductas individualizadas en términos de apetito, tiempo de despertarse y estrategias para superar sus fallos. Estaréis destinados a tener problemas con la dieta, si tomáis cosas mientras veis la televisión, consumís los restos de la cena o echáis una ojeada al refrigerador antes de iros a la cama.
Nuestro primer tipo de comedor nocturno, el que «pica» después de cenar, continúa comiendo tras de haber terminado con los postres. Suele ser la clase de persona que opina que ha comido poco durante el día y debe completar su ración por la noche.
Si sentís la necesidad imperiosa de comer, tomad algunos carbohidratos como las frutas, cereales sin azúcar o patatas cocidas. ¡Porque los carbohidratos inducen también al sueño!
El cuerpo activo necesita alimentos durante el día, cuando el metabolismo quema las calorías con más eficiencia. Una investigación de 200 a 300 calorías cada unas cuantas horas mantiene elevados los niveles energéticos y regula el azúcar sanguíneo. Si nos alimentamos escasamente durante el día, el cuerpo tardará de compensarlo comiendo más por la noche, cuando el metabolismo se hace más lento. El resultado: aumento de grasa.
El plan más adecuado es tomar desayuno, comida y cena, lo que distribuye más equilibradamente las calorías diarias y mantiene alto nuestro rendimiento. Si nos cuesta trabajo tomar el desayuno, es posible que comamos más por la noche.
Conseguir que vuestras comidas sean satisfactorias nutritiva y gastronómicamente, con el 20 por 100 del total calórico proveniente de la proteína (carne magra, pescaso, productos lácteos semidesgrasados) y el 60 por 100 de los carbohidratos naturales o mínimamente procesados.
Para evitaros las comidas tardías, limpiar la mesa nada más cenar. Beber con lentitud té o café caliente mientras se mastica una galleta dura baja en calorías puede ayudar a distraer el apetito y evitarnos el negativo vicio de «picar».
Las horas inmediatamente posteriores a la cena son peligrosas para la segunda categoría de comedores nocturnos. Aún no se sienten llenos, pero todavía no están dispuestos para irse a la cama. No es accidental que se decidan por los dulces. Los carbohidratos de cualquier clase estimulan la producción de seretonina, un producto químico cerebral, que induce al sueño, especialmente a la hora de dormir.
Si tenéis el hábito de comer cosas mientras veis la televisión o leéis en la cama tomad cosas con pocas calorías. El acto de masticar algo —puede ser chicle— ayuda a mantener nuestra atención en la página o en la pantalla. Pero lo mejor es mantenernos ocupados con alguna actividad como tejer o pintarse las uñas, que nos impide comer a deshora.
Algunas personas encuentran muy confortable irse a la cama con el estómago lleno. Si os resulta demasiado inconveniente comer a última hora, probad con un tentempié que contenga un gran volumen de alimentos pero pocas calorías, como puede ser una taza de germen de trigo con leche desgrasada.
Nuestro tercer tipo de comedor nocturno es el que se despierta a la una o dos horas de haberse dormido para dirigirse al refrigerador. Este es el momento más inadecuado para comer. Las preocupaciones tienden a surgir cuando nos dormimos, haciendo que nos despertemos. La comida es un relajante rápido, pero ese tipo de comida nocturna provoca más ansiedad de comer porque en esos momentos estamos semi-inconscientes y preocupados.
Procurad olvidaros del refrigerador trasladando vuestra atención una revista o una computadora. El agua helada, deglutida lentamente, puede satisfacer los falsos deseos de comer. Mucha gente confunde todavía el hambre con la sed.
El entrenamiento duro puede hacer que nos despertemos por la noche. Una razón legítima podría ser la necesidad de carbohidratos. Puede que no hayamos tomado bastantes durante el día. Mantened algunas patatas cocidas en el refrigerador. Masticar una podría proporcionaros buenos carbohidratos, además del sentimiento de estar llenos, lo que os devolvería directamente al sueño.