Ya había competido como júnior en Nueva Zelanda cuando me marché a Australia para vivir a tope (vaya si lo hice) y progresar en el culturismo. Allí conocí el amor y el desamor, la cultura de las fiestas y las drogas, el éxito y el fracaso, y disfrutar de mi pasión deportiva.
En los ocho años que duró mi estancia, hice muchos, muchos amigos, uno de los cuales identificaré en breve. Competí como peso ligero (mido 1,66) y gané títulos regionales y estatales tanto en mi categoría como en el absoluto, pero cuando llegué al campeonato nacional de la IFBB apareció un tipo bajito (pero musculado) y me derrotó. Naturalmente, todos los jueces eran miembros de la Asociación de Ciegos Australianos. (Bueno, eso decía mi madre). Yo estaba rajado, pero debo admitir que aquel hombre tan pequeño era impresionante. Se llamaba Lee Priest.
Hacía tiempo que lo conocía, y sabía que me enfrentaría con él en aquella competición. Por eso lucía una forma física tan espléndida. Éramos amigos, pero eso no importaba aquel día. Recuerdo que en el pesaje Lee me retó a
comerme seis dónuts en dos minutos. No acepté, claro. Al final, él ganó, yo quedé segundo, y tan amigos.
Lee se fue a Estados Unidos y yo volví a Gold Coast. Allí conocí a Alison, mi mujer, tricampeona australiana y la primera culturista que ha sido chica Penthouse. (De acuerdo, estoy presumiendo). Luego, regresamos a Nueva Zelanda, donde gané el campeonato nacional en dos ocasiones como peso medio y conseguí el carné profesional.
En compañía de mi bella esposa, me marché a Estados Unidos para probar suerte en el circuito profesional y ver si aquello era para mí y mi chica Penthouse. (Vuelvo a„presumir; lo siento). Nos pusimos en contacto con Lee, que se mostró encantado de recibirnos en su casa.
Cuando llegamos a Los Ángeles, paseamos por Venice Beach esperando a que viniera a buscarnos, cuando vimos a un tipo bajito y descomunal. Le sobraba un poco de grasa, pero era gigantesco. No lo habíamos reconocido: era Lee. Me parecía imposible que hubiera ganado tanto tamaño. Tras recuperarnos de la sorpresa inicial, regresamos al hotel, recogimos nuestras
cosas y nos instalamos en casa de Lee para iniciar un proceso de aprendizaje que recordaría el resto de mi vida.
EMPIEZA EL APRENDIZAJE
Allí estábamos, en Los Angeles, la ciudad del culturismo, los pechos de silicona y los artistas excéntricos, y con Lee Priest, que pesaba 110 kilos con su 1,63 de estatura, frente a mis 82. Su primer consejo fue: "Amigo, si quieres ser profesional, necesitas más masa". Gracias, Sherlock. Sabía que necesitaba más masa, pero ya me había costado un triunfo subir de los 62 a los 82 kilos. Eh, y conservando la definición.
Soy nutricionista titulado y predicaba con el ejemplo, pero Lee y mi mujer coincidían en que debía engordar para ganar tamaño. No me quedaba otra alternativa. Entonces, decidido: entrenarse a lo grande, comer a lo grande y crecer. Se acabó contar calorías; a partir de aquel momento, a atiborrarse. Lee se encargaría de elegir los alimentos, Alison los prepararía y yo me los comería. Trato hecho. Sin embargo, al principio me comportaba como un niño malcriado, con comentarios como "no quiero engordar demasiado", "no quiero ponerme demasiado grande", "estoy b,en con este peso
EL SUPERMERCADO
La primera vez que salimos al supermercado. Lee v yo tuvimos una discusión en plena sección de alimentos que termino con Lee y Alison dejándome solo para que reflexionara sobre mi actitud. Sucedió así: yo, entusiasmado porque en Nueva Zelanda no había tanta variedad como en Estados Unidos, sobre todo de productos bajos en grasa, me lancé a llenar el carrito con ellos. Ppm cada vez que metía algo. Lee lo sacaba y lo sustituía por la versión rica en grasa y calorías. Estaba tan acostumbrado a hacer justo lo contrario que empecé a quejarme, frustrado. Todo hay que decirlo: Lee es un caballero, poco amigo de las peleas, pero se cansó de que aquel amigo neozelandés anduviera ululando como una sirena de policía (uaa, uaa. uaa!).
Lo que era aún peor, mi mujer (la chica Penthouse... vaya, se me ha vuelto a escapar) también se había hartado. Los dos me dijeron que obedeciera o me fuera al coche. Ofendido, espelé: "¡Que os den!", a lo que ellos respondieron con un tono que transmitía el más profundo de los respetos: "Que te den a ti. Quédate en los huesos", y se marcharon. Les demostraría quién era el jefe, el dueño del lugar, el amo y señor, el gurú...
Al cabo de diez minutos largos, salí a donde me aguardaban Lee y Alison, y les dije con firmeza: "Lo siento. Os espero en el coche. Aquí está el dinero. Hasta luego". Era la segunda vez que les demostraba quién era
el jefe.
A partir de aquel momento, llevé una vida sencilla: me levantaba, comía, iba al gimnasio (el Gold's por entonces), volvía a casa, comía, descansaba, comía otra vez, acompañaba a Lee a los compromisos con su patrocinador, comía, volvía al gimnasio, comía otra vez, y otra, me iba a la cama, me levantaba y repetía. Parece fácil, pero para mí no lo era. Lee y Alison me levantarme de la mesa hasta haber terminado de comer (¿soy yo o me trataban como a un niño de cinco años?) y me inmensa. Por ejemplo, los desayunos constaban de un bol grande de copos de avena (y cuando digo grande, me refiero a un frutero), cuatro o cinco crepés (del tamaño de un tapacubos) con helado, un batido enorme de proteínas (que por sí solo aportaba 400 calorías), un vaso grande de zumo y un plátano.
Nuestra agenda se retrasaba porque tardaba mucho en comer. A veces, me salía el carácter de crío consentido y decía: "Ya está. No puedo más. Voy a vomitar". ¿No habéis comido nunca tanto que habéis tenido que respirar hondo para no devolver? Pues es lo que me pasaba a mí cada vez que me sentaba a la mesa. Y después tocaba entrenamiento.
Bastante trabajo me costaba ya digerir todo aquello. Sólo quería dormir.
Lee era muy paciente conmigo. Los entrenamientos acababan cada vez más tarde, y yo engordaba cada vez más. Mi mujer (la chica Pent... Perdón) estaba cada vez mejor. Lee me tranquilizaba: "Ánimo, Marc. Todo saldrá bien. Estás creciendo". Yo no sé si estaba creciendo o no; lo que sí sabía era que pesaba mucho más. Subí a los 94 kilos, y mi fuerza aumentó un 20%. Nos encontrábamos en el tercer mes de la reconstrucción de Marc. Me sentía incómodo y debía hacer grandes esfuerzos, pero no estaba dispuesto a rendirme. Además Alison me asegura que aún resultaba atractivo. (Sí. eso ante la perspectiva de llenar el estómago. Recuperé la energía, y dejé de utilizar la cama por la tarde para echar la siesta (ya me entendéis). Los abdominales volvieron a hacerse visibles, recuperé la vascularidad por la que era conocido, y la aguja de la báscula continuaba su que los más escépticos estarán "Ya, y no tomabais nada... ni GH. ni la. ni nandrolona, ni nada de nada", pura verdad: no tomábamos muía. Y no quisiéramos, sino porque no Lee era relativamente desconocido en es. Y yo era tan sólo "Rainbow, el compañero de entrenamiento de Priest". así que ninguno de los dos se atrevía a acercarse a nadie. Sí, nos relacionábamos con las personas adecuadas, destacados profesionales, pero yo no iba a preguntarles, eso desde luego. Si ya en el primer mes que estuve allí un policía me apuntó con su arma por cruzar la calle sin prudencia... Pero es y aún no conocía a nadi< Prudencia. En serio: no queríamos meternos en líos equivocándonos de persona al preguntar: "Hola, ¿qué tal? Es un placer conocerte. ¿Te queda algo de deca?". Así que nos entrenábamos como posesos (Lee no sabe hacerlo de otra manera) y comíamos como reyes. Durante los dos meses y medio siguientes, fui perdiendo grasa y ganando músculo. Pesaba 102 kilos y —por fin— ... parecia un culturista de verdad.Lee empezo la competición, y Alison y yo regresamos a Nueva Zelanda. Sabia que allí todo el mundo se sorprendería al verme, como me había sorprendido yo al ver a Lee aquel día
80 kilos y volvía con más de 100. Habían corrido rumores de todo tipo. Incluso me habían dado por muerto. ("Mira, al menos se me veía grande en el ataúd", dije). Había cambiado, pero lo más importante fueron las lecciones que aprendí viviendo con mi amigo en Los Ángeles:
1. No comía lo suficiente para alcanzar el peso muscular que deseaba.
2. El cuerpo se adapta a los estímulos y a los cambios.
3. El organismo asimila y utiliza más proteínas de las que aporta la recomendación tradicional de dos gramos por kilo de peso corporal.
4. La constancia es, sin duda, la clave del éxito.
5. Cuanta más masa muscular se posee, más fácil resulta conservar la definición.
6. Nada más cierto que el lema 'para ser grande, hay comer a lo grande'.
7. La mayoría de los hombres que acude a mi consulta nutricional come menos de lo necesario, y no más.
8. Si queréis reducir el porcentaje de grasa corporal, obtendréis mejores resultados aumentando el ejercicio físico que disminuyendo el consumo de alimentos.
9. No existen hombres grandes y musculosos sin fuerza.
10. Si viajáis a Los Ángeles, buscad a una tal Prudencia antes de cruzar la calle.
11. Los revolcones a media tarde con una chica 'Penthouse'.
12. Por mucho que creáis saber sobre algo, no os cerréis a las ideas nuevas, sobre todo si se basan en las experiencias personales de alguien como Lee Priest.
Y, por si os interesa, ahora peso 105 kilos, compito con entre 93 y 95, y sigo comiendo en
cantidades industriales (4.500 o 5.000 calorías diarias).